Al pie del cañón

Daniel Grossin es un amigo de Raúl Merino que habitualmente reside en Paris. Pasa el verano en Suances de donde se conocen. Practicó Judo de joven y es un firme seguidor de mis artículos cuando los cuelga Alfonso Escobar en la página de la RFEJYDA.

Cuando en verano voy a ver a Raúl, en Suances me comenta siempre, que los lee y que le gustan y me dice que debería compilarlos en un libro.

Agradezco que lo piense y que me lo diga, pero en su momento ya he publicado dos libros. Entiendo que podría volver a hacerlo, pero como lo que me gusta es escribir y nunca lo consideraría completo pienso que los artículos se leen más y están a disposición en la página de la Federación, el que tenga interés se los puede imprimir y guardarlos, y a mi me sirve de aliciente para seguir escribiendo.

Como Daniel solo conoce los artículos colgados en la página de la Federación, al volver este año de haber estado con él en las Jornadas en Torrelavega y previendo pasar unos días en Suances y queriendo llevarle algo he rescatado las reflexiones colgadas en Arajudo, las he agrupado por años, son siete años, (del 2008 al 2014), las he impreso y encuadernado para cuando visite a Raúl, llevarle lectura.

Como ahora las tengo recopiladas las puedo ojear con facilidad y las voy leyendo y recordando. Y para que os voy a engañar, me gusta volver a leerlas y pensar en ellas.

Y pienso que algunas las voy a repetir porque me parece que pueden interesar. Arajudo ya no existe y el que no tuvo la precaución de guardar los artículos que se colgaron en Arajudo, ya no los puede leer.

Habrá quien piense que es una forma cómoda el “tirar de artículos viejos”, pero nada más lejos de la realidad. A mi lo que me gusta es escribir. A veces lo que me falta es el tema, y muchas veces se me ocurre un tema que ya he tratado, y rescatar ese artículo puede estar bien.

Ojeando el correspondiente a 2012, el primer artículo colgado en enero, es “hasta cuando”, que según mis datos escribí después del verano de 2011.

Ya hace 6 años y Arajudo ya no existe

Es un artículo que trata del paso del tiempo y como afecta a los profesores de Judo.

Recuerdo que tras haberlo colgado Jesús Asensio en Arajudo, a algunos de mis alumnos les debió parecer triste .Los que no me veían cada día, entre ellos se hacían la pregunta: ¿le pasa algo al maestro?

Y no, no me pasaba nada. Simplemente el día a día me hacía pensar, y si en 2011 me sentía identificado seis años más tarde me siento aun más.

Pero como muchos profesores afortunadamente seguimos al pie del cañón.

 

¿Hasta cuando?  

Como dice Pablo Milanés “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…”

Y nos induce a pensar hasta cuando y cuando quizá hay que empezar a plantearse que hay que dejar de trabajar…

Una persona que trabaja en la administración, un funcionario, ahora por ley se jubila a los 67 años. En ocasiones cansado de trabajar solicita la jubilación anticipada y también dependiendo del tipo de trabajo que desempeña, policía, bombero, etc… llegado un cierto momento es destinado a tareas de oficina más acordes con su edad.

Muchas veces el momento de jubilarse va a depender sobre todo de la pensión de jubilación que va a percibir y a veces alarga la vida laboral solo por esa cuestión.

Llegando a una edad determinada el trabajador decide dejar el trabajo y dedicarse “a disfrutar de la vida”. De algunos trabajos, de los trabajos que no satisfacen es perfectamente comprensible que uno quiera jubilarse.

¿Cuál es la situación del profesor de Judo?

El profesor de Judo que ha elegido serlo por vocación, que no ha hecho otra cosa que “disfrutar de la vida” a través del Judo, que el Judo lo ha sido todo para él y que lo ha vivido al máximo, sin que dependa muchas veces del tema económico para sobrevivir, se resiste a dejarlo.

Pero, ¿hasta cuando se puede considerar que un profesor de Judo está capacitado para seguir impartiendo clases de Judo? ¿Hasta cuando es competente explicando Judo? Y ¿a quién? ¿a niños? ¿a adultos? ¿a profesores? ¿Mientras tenga alumnos?

¿Mientras pueda demostrar? ¿Mientras pueda transmitir? ¿Hay una edad límite para impartir clases? ¿Es para todos igual?

¿Quién tiene que decirle que lo deje ya? ¿Tiene que darse cuenta solo? ¿Se lo tienen que decir sus alumnos? ¿Sus amigos?

Conforme pasa el tiempo el profesor de Judo que ha comenzado su labor en torno a los 20 años, cuando podía con todo cuando no se le ponía nada por delante, cuando aun era competidor, demostraba que podía ganar y ganaba, va asumiendo su deterioro físico.

El paso del tiempo y lo que hace con nuestro cuerpo no debería resultar ofensivo ni escandaloso, sino completamente asumible y natural y sin embargo nos cuesta aceptarlo y más a los profesores de Judo que estamos siempre en contacto con judokas, jóvenes, fuertes, con una vitalidad desbordante y una insultante juventud.

En todo este tiempo el Profesor de Judo ha aprendido más, sabe como hay que hacer las cosas, lo que sucede es que cada vez puede demostrar menos como él quisiera. El profesor de Judo que en su momento se entrenó, se preocupó por aprender, por hacer bien los movimientos de Judo para poder trasmitirlos choca ahora con la imposibilidad física de poder demostrar como a él le gustaría.

En otras profesiones esto no pasa y se puede trabajar hasta muy tarde.

Picasso con 56 años pintó el Guernica, con 75 “mujer desnuda delante del jardín”.

Dalí, pintó su ultimo cuadro “la cola de la golondrina” en 1983 con 79 años.

Vargas Llosa con 74 años escribe y tiene un gran éxito con “el sueño del celta”.

Nos decía el maestro Chung en un curso en Zaragoza hace muchos años: “habéis elegido el deporte más bonito del mundo, pero también el más difícil e ingrato”

Yo entonces lo de bonito lo entendía, lo de difícil también, lo de ingrato no veía por donde cogerlo y ahora lo voy entendiendo.

Porque el Judo es ingrato.

Es ingrato cuando eres competidor, porque entrenarte fuerte y hacerlo todo, no te garantiza la victoria.

Es ingrato cuando te vas haciendo mayor, que es cuando más conocimientos has acumulado y vas perdiendo la capacidad física que necesitas para demostrarlos como te gustaría.

Además es ingrato porque se te pone en evidencia cada día cuando impartes clases, al estar rodeado de gente joven y ver a tus alumnos ágiles, fuertes, vitales, llenos de energía con todo un futuro por delante, sin que se les pase por la imaginación que el momento en el que tú estás, les llegará.

Te ven y piensan que es normal que tú envejezcas porque eres mayor que ellos, pero igual que tú no lo pensabas de joven, no se ven en la situación.

Y sigue siendo ingrato porque cuanto más grado tienes, y más experiencias y Judo acumulas menos te permite tu organismo demostrarlo.

“Como te veo me vi, y como me ves te verás” nos decía una de mis abuelas cuando de pequeños mis hermanos y yo, jugábamos y enredábamos a su alrededor y no entendía que no tuviéramos en cuenta “su estado”.

Impartes una clase de pequeños, y si no has dejado nunca de la mano esa edad, te gusta hacerlo, incluso te das cuenta y sabes que lo haces bien, pero hasta cuando y ¿por qué a esos pequeños no se les da la oportunidad de que tengan un profesor joven como cuando tu empezaste? Seguro que tú “no lo haces mal”, pero seguro también que hay ejercicios, juegos, acrobacias y habilidades, que no puedes demostrar, que te da miedo que hagan y de alguna manera limitas su progresión…

También eres más estricto y más exigente en cuanto a conducta, formas y  comportamiento, pero ¿no tienen derecho esos pequeños a tener un profesor joven, con nuevas energías, más permisivo, menos autoritario…?

Comentaba el maestro Macario García padre, que él habitualmente no imparte clase a pequeños y que cuando lo hace no hace juegos, en sus clases directamente se hace Judo, y si alguna vez  tiene que dar una clase porque Macario García hijo o el profesor que corresponde no puede por la causa que sea, se avisa a los niños de que la clase la va a impartir el yayo Macario, y que con el yayo Macario “no hay juegos…”

Y en la clase de adultos. Aquí es otra historia. Si tus alumnos se han hecho mayores contigo, te conocen, te entienden y porque te quieren te aguantan y con las rutinas que has establecido hasta se encuentran cómodos. Si han venido nuevos, si les encajas y encajan con el grupo, se quedan, pero si no les convences y quieren tener un profesor más joven…pueden seguir buscando…

“Cuando coges a David…”, me dice Sergio un antiguo alumno segundo dan, que ahora no está haciendo Judo por como ha cambiado su vida, pero en cuanto puede trae a David de tres años para que corra, juegue y haga volteretas por el tapiz.

Y me hace ilusión oírlo y agradezco que me lo diga. Y quiero hacerle entender que por mi situación ya no estoy para emprender tareas, ni para abrir nuevas carpetas, sino para ir cerrando las que aún me quedan abiertas.

Sergio guarda un recuerdo imborrable de sus años de Judo y de todo lo que el Judo ha aportado y ha significado en su vida y quiere que David viva esa experiencia. Lo que Sergio no se da cuenta, de que el profesor con el que él la vivió no es el mismo y eso le cuesta entenderlo.

Y yo quiero lo mejor para Sergio y para David y para todos mis alumnos y sus niños y mientras aguante y me aguanten estaré al pie del cañón. Pero David con tres años tiene derecho a tener su profesor de Judo, no el de su padre.

Y para terminar quiero decir que esta reflexión, que muchos judokas y profesores jóvenes quizá no entiendan ni se identifiquen “de momento” con ella, la llevo en mente hace mucho tiempo.

Se ha disparado a raíz del verano 2011, tras asistir a las Jornadas en Torrelavega con el maestro Le Berre, al que conozco desde hace más de treinta años, que entonces con casi cincuenta “se nos pasaba por la piedra” a todos los “stagieres”, incluidos medallistas franceses, con un Judo excepcional y de verle demostrar ahora con cerca de ochenta años, con la calidad y la clase de siempre, y ciertas limitaciones y seguro que sabiendo mucho más de Judo y de la vida.

De unas conversaciones que mantuve con el maestro Rafael Ortega en Alicante, y de componer el artículo “Tomemos medidas”, donde tuve que investigar por Internet a los actuales décimos danes.

Descubrí un video donde aparecía la primera mujer décimo dan Keiko Fukuda (98 años), en una silla de ruedas y ayudada por una asistente para ponerse en pie. Seguro que estaba genial de cabeza porque si algo nos mantiene despiertos a los Profesores de Judo es el trato constante que tenemos con los judokas jóvenes y vitales.

Pero todo esto no es nuevo, en el siglo XV ya lo decía el poeta Jorge Manrique:

“Todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud…”

 

Y así terminaba esta reflexión cuando era un borrador hasta que el otro día, leyéndola Saúl Nafría, y llegando al punto en que digo que David tiene derecho a tener su profesor y no el de su padre, “indignado” me dice: ¡pero no te das cuenta maestro, que lo que quiere Sergio, es que seas tú con todo lo que comporta y no otro, el profesor de David! Y enumera un montón de razones para argumentarlo..

Y no se imagina Saúl, cómo agradezco todo lo que dice y cómo lo expone, porque además se que es sincero, lo siente y lo expresa de corazón.

Y llego a entender que por la responsabilidad que conlleva y el compromiso adquirido al menos con nuestros alumnos, nuestros amigos y sus niños a pesar de la duda que nos surge a veces de ¿hasta cuando?, este interrogante los profesores de Judo tenemos que aplazarlo, debemos ignorarlo y que sea el tiempo, el kilometraje o las circunstancias las que determinen cada situación.