Momento mágico

Hace casi 40 años, comencé a impartir clase martes y jueves por la tarde en el club de Judo Shotokan, cuando se jubiló su Profesor de Judo Jesús Vicente, alumno del maestro Birnbaum en Barcelona.

Cuando hace unos años, los dueños anunciaron que se jubilaban y cerraban, para no dejar los grupos de Judo colgados, concertamos con un club de taekwondo que hay en la zona la posibilidad de trasladar los grupos y seguir la actividad.

Desde entonces sigo allí con mis clases dos tardes a la semana. El deporte base del club es el taekwondo, aunque también se imparten otras muchas disciplinas y actividades.

El club tiene dos salas. La principal, amplia y espaciosa, con todo tipo de objetos para la práctica de las distintas disciplinas, también con sus dos columnas, y una pequeña, que es como una habitación con tatami que para una casa evidentemente resultaría grande, pero que como sala de gimnasio, aunque diáfana, resulta pequeña, sencilla pero acogedora.

En esta sala es donde empiezo por las tardes con el grupo de pequeños. Diez, doce máximo suelo tener de 4-5-6 años, mientras que a esa hora en la grande, Toño el propietario y profesor de taekwondo lidia con un grupo numeroso de distintas edades.

Conforme van llegando los del grupo siguiente, (de 7 a 14 años), que yo imparto en la sala principal, algunos optan por entrar e incorporarse con los pequeñitos, para muchos antes era su grupo, otros tardan más en cambiarse esperando que se haga la hora o se sientan en la entrada del tapiz grande para observar como Toño finaliza la clase de taekwondo esperando entrar.

Durante ese tiempo se va llenando el gimnasio y el pasillo de los padres de mis niños, de los papás de la clase de taekwondo y de un grupo de señoras que esperan que termine yo para entrar en la sala pequeña para su clase de Pilates.

Ese último tiempo de la sesión, que por el movimiento que se organiza alrededor no puedo pretender una atención especial, es el que aprovecho para que, los pequeños con los mayores que han entrado, practiquen en desplazamiento o realicen randori en suelo, estando pendiente de cuando Toño acaba su clase de taekwondo en el tatami grande de al lado.

Cuando oigo que Toño termina, anuncio el cambio de sala, muchas veces sin realizar el saludo final.  Se crea un barullo importante entre la salida de los niños de Toño que van hacia el vestuario, los míos que salen de la sala pequeña, unos para dirigirse a cambiar, otros para pasar a la grande, las señoras de Pilates que se incorporan a la pequeña y todo ello aderezado por papás y mamás de unos y de otros que pretenden recoger y dar de beber a sus niños, se organiza un batiburrillo importante.

Después de que han salido todos de la sala pequeña, atravieso esa algarabía, paso a la sala grande  y me encuentro con mi grupo de benjamín- alevín con algún infantil, (son unos veinte), perfectamente sentados en una fila y esperando que yo llegue.​

Afuera en el pasillo sigue el bullicio, pero en la sala grande reina la calma y “mis niños”colocados, esperan empezar.

Y no puedo evitarlo. Me parece un momento especial. Pregunto si queda alguno cambiándose, para saber con los que voy a contar en la sesión, y antes de empezar o mientras esperamos, les hago notar la diferencia y les hago ver lo mágico del momento.

Les felicito por lo bien y responsablemente que se han conducido y les animo a seguir en esa dirección.

Les hago notar el desorden aparente y el bullicio reinante fuera y el orden (sin haber tenido que decir nada), que impera dentro y del que solo ellos son los responsables.

Y a raíz de esta situación, he recordado  un artículo que escribí en mayo de 2010. Fue la reflexión número 52 y que Jesús Asensio colgó en Arajudo, que de alguna manera trata este tema y que expongo a continuación:

 

El comportamiento de nuestros judokas (arajudo.com – mayo 2010) 

Cuando recién obtenido el título de monitor, o incluso sin titulación empezamos a impartir clases de Judo, nuestra mayor motivación es transmitir el Judo que sabemos, lo que queremos ante todo es “enseñar” Judo, y entrenar a judokas.

Poco a poco nos damos cuenta de la dificultad que la enseñanza con niños entraña. Y percibimos la importancia de mantener un orden, y conseguir que exista un comportamiento adecuado para poder enseñar y nos ayudamos del Judo para conseguirlo.

Conforme pasa el tiempo, vemos que los movimientos de Judo, bien o mal todos los llegan a aprender. Que el que se propone llegar a cinto negro, con cierto interés y  tiempo, con más o menos nivel también lo consigue, que el que se quiere dedicar a competir, compite y tiene mejores o peores resultados dependiendo de sus facultades, de su dedicación, del entorno que conseguimos facilitarle y de lo habilidosos, competentes y prácticos que seamos para motivar y entrenarle.

También nos damos cuenta de que muchos judokas lo dejan después de un tiempo de práctica, algunos sin llegar a cinto negro y otros sin apenas competir o compitiendo lo mínimo, de manera que si solo nos dedicamos a enseñar y a entrenar en esa faceta podemos llegar a sentirnos muchas veces frustrados.

Tengo una clase de niños pequeños de seis y siete años, alguno de cinco. Los de 5 y 6 son cintos blancos o blanco amarillo y los de 7 si han empezado pronto, amarillos. Su comportamiento el correspondiente a su edad y dependiendo de su familia y educación. Unos, serios y formales, otros movidos y  revoltosos, (ahora se llaman hiperactivos) y algunos agresivos, prepotentes y maleducados.

Algunos pensaran que exagero, que me muestro duro, al referirme a estos últimos pero en esta edad la agresividad, la prepotencia y la mala educación aunque se mida de otra manera, a su nivel también existe y de alguna manera si no se ponen los medios podrá dar lugar a jóvenes y adultos agresivos, prepotentes y maleducados.

Evidentemente no es solo responsabilidad nuestra resolver esto, pero está claro que mediante el Judo podemos incidir para que este comportamiento de alguna manera se reconduzca.

Son unos veinte entre niños y niñas. Como norma dedicamos de veinte minutos a media hora a ejercicios de calentamiento, siempre con juegos. Diez minutos a las caídas, de manera individual o en grupo… diez minutos, un cuarto de hora a la explicación y práctica de movimientos y el resto al trabajo en desplazamiento y de randori en suelo.​

He conseguido que todos lleguen a hacer medianamente bien en pie o soto gari, uki goshi y de ashi barai. Los que van a pasar a amarillo además hiza guruma y los que van a pasar a amarillo-naranja, o goshi.

Y en suelo se colocan y distinguen las posiciones de hon gesa gatame, yoko shio gatame y kami shio gatame. Podrá parecer que es poco, pero todos llegan a hacerlos con cierta soltura y a diferenciar perfectamente la idea de segar de o soto gari, de barrer en de ashi barai, de tirar por la cadera en uki goshi, de levantar en o goshi, y de tener clara la diferencia de donde deben tirar en o soto gari y en hiza guruma. Y aún teniendo claro que estos conceptos servirán de base para el que vaya a ser cinto negro o vaya a competir, entiendo que más importante que conocer todo esto, es el proceso de aprenderlo y de intentar perfeccionarlo, con lo que implica de atención, trabajo, esfuerzo, cuidado, responsabilidad, relación con sus compañeros, lo que les ayuda a mantener un comportamiento adecuado.

Me gusta cuando un poco antes de terminar, llegan los de la clase siguiente dos, tres, hasta cuatro años mayores, con su cinto naranja, naranja-verde, incluso verde, piden permiso para entrar, han vivido esa clase (“ahora son mayores”),  entran y se sientan discretamente y observan como se va desarrollando la sesión. Se sienten “veteranos”, sienten su responsabilidad y ponen especial cuidado en su forma de actuar.

Y naturalmente aprovecho la situación. Reúno la clase, presento a los recién llegados, comento que ellos han pertenecido a esta clase, y les pido una demostración delante de todos, de los movimientos que estamos trabajando. Conscientes y felices de su protagonismo, sacan lo mejor de ellos mismos en la demostración. Con una corrección inusual (que a veces en su grupo olvidan), saludan ceremoniosos y efectúan las técnicas que solicito.

A veces saco a un pequeño del grupo, y le pido que repita lo que acaba de ver, y pido a “estos mayores” que opinen y corrijan. A continuación por parejas todos repasan lo explicado y “los mayores” se pasean entre los pequeños corrigiendo y ayudando cuando lo consideran necesario.

Terminada la clase, nos disponemos a saludar, los de la clase en su sitio en la fila, y “los mayores” en un espacio a mi lado que reservo especial para ellos. Cuando a algún pequeño hay que llamarle la atención porque molesta al de al lado, tarda en colocarse, no se sienta bien, no lleva el cinto bien anudado, habla en voz alta…le hago ver que a los “mayores” no he tenido que decirles nada desde que se han incorporado, han entrado discretamente y pidiendo permiso, han estado sentados observando hasta que he solicitado su colaboración, que han hecho de manera impecable y después han ayudado a que todos lo hicieran mejor.

Y explico que esa diferencia es debido al color del cinto, que por supuesto indica que saben más técnicas, pero que sobre todo lo que el cinto indica es que llevan más tiempo de Judo y también implica una madurez de Judo mayor y en consecuencia un mejor comportamiento. Que en algunos de los pequeños ya se va notando, y que conforme sigan haciendo Judo poco a poco el comportamiento de todos deberá ir en esa dirección.​

Termina esa clase y comienza la siguiente. Los que han participado en el final de la de pequeños, satisfechos, especialmente motivados y “conscientes de su madurez”, que sin querer, contagian a los que van llegando. La clase se desarrolla con normalidad, los contenidos adaptados a la edad, aunque no es raro que nos encontremos con algún “niño que nos complica la clase” y que necesita más tiempo de Judo para madurar.

Llega con anticipación algún adulto cinto negro o marrón, pide pasar, pasa y me encanta que sea así. Ha pasado tantas horas en el tapiz que lo entiende como algo suyo, se encuentra como en casa, conoce los grupos, reconoce la forma de comportarse bajo la influencia del Judo,  y sabe el comportamiento que hay que observar en el club.

No hay que decirle nada, conoce como tiene que comportarse en el tatami, en el vestuario, en el club, cuando sale del club, cuando llega a casa, en casa…, cuando sale con sus amigos, cuando va de fiesta…  y si alguna vez fuera del entorno del Judo no lo hace así…, es consciente de su trasgresión.

Si hemos conseguimos transmitir a nuestros alumnos durante el tiempo que han practicado o practican Judo esa forma de conducirse, y saben trasladarla fuera del tapiz, como profesores de Judo podremos sentirnos satisfechos y plenamente gratificados.