Esta es la expresión que empleo a veces cuando me dirijo a alguno de mis alumnos que se queja con insistencia de un daño que le acaba de suceder durante el entrenamiento, que he visto y apreciado que no revestía especial importancia, pero que él se queja como si le fuera la vida en ello.
Los Profesores de Judo que llevamos mucho tiempo funcionando, nos hemos encontrado con todo tipo de alumnos y de situaciones.
“El mejor Profesor, no es el que más sabe de su materia sino el que mejor conoce a sus alumnos” y los motivos que le han llevado, en nuestro caso, a practicar Judo.
Cuando se incorpora un alumno nuevo a nuestras sesiones, estamos pendientes de él y le indicamos lo que tiene que hacer. A veces solicitamos la ayuda de un veterano para que le ayude, y nos fijamos como se conduce.
Como judokas tenemos la capacidad de observación entrenada de manera especial. En un primer momento por haber tenido que poner atención para aprender y realizar los movimientos. Cuando competidores, hemos tenido que estudiar a nuestros rivales, y más tarde como entrenadores hemos tenido que estudiar a los rivales de nuestros alumnos, lo que nos ha llevado a tener un sentido de observación importante.
Y además, porque el Judo quizá sea uno de los deportes que te hace tratar con más gente y de manera “más intima”. El hecho de “agarrarte a otro judoka que a veces no conoces”, sentir su respiración, apreciar su olor, oír sus comentarios, sorprendernos con su manera de actuar, y esto que durante nuestra vida deportiva lo hacemos miles de veces agarrándonos a infinidad de judokas, nos hace llegar a conocer más, y más pronto a las personas.
Y ante este alumno nuevo estamos atentos a sus comentarios, nos damos cuenta de su entrega, de cómo se conduce entre sus compañeros, de su fuerza de voluntad, de sus aptitudes, de si es más o menos dotado… Observamos cómo reacciona ante circunstancias adversas como golpes imprevistos, daños ocasionales… Valoramos su condición física, su capacidad de sufrimiento…
Y según reacciona, nos vamos forjando una idea y de qué tenemos entre manos y de cómo va a evolucionar.
El Judo es un deporte de contacto que consiste en aprender y practicar unas técnicas para proyectar y controlar a un contrario, y aunque se proyecta sobre el tatami, en la lucha por tirar y en la caída, en alguna ocasión nuestros alumnos se pueden hacer daño.
La mayor parte de las veces son pequeños golpes, torceduras, esguinces, contracturas musculares, tirones sin apenas importancia y que el judoka asume, aprende a soportar, a curar y a recuperar entre sesión y sesión y a volver a entrenarse con incomodidad y con molestias, protegiendo la zona dolorosa.
Un judoka que se entrena de continuo siempre le duele algo, es difícil que no sienta ningún dolor.
“Todos tenemos dolores”, dice mi alumno Jonatan Crespo, cuando oye quejarse a un compañero durante la sesión. Lo que pasa es que el judoka aprende a vivir con sus cosas, y los dolores y pequeñas molestias van tomando posiciones. Una cura la otra.
Una lesión leve, produce un dolor que mantiene la atención del judoka hasta que se produce otro distinto por el que tiene que preocuparse, y de alguna forma la vida deportiva del judoka transcurre de “molestia en molestia”.
Ante el comentario de este alumno nuevo, sus quejas, sus lamentos, empezamos a captar su capacidad de sufrimiento, su umbral del dolor.
Porque un judoka demuestra ser más fuerte también, cuando demuestra mayor capacidad de sufrimiento que luego podrá aplicar a su vida. “Caer levantarse volver a caer…”
No todos los judokas en un primer momento soportan igual el dolor. Cada persona tiene una capacidad de sufrimiento distinta y esto se hace evidente durante la práctica de Judo.
Existe el clásico judoka alarmista que se queja constantemente de todo, del pisotón, de la simple patada, de la rotura de un agarre… y está el “todo terreno” que nunca se queja y que lo aguanta todo.
Los entrenadores conforme vamos conociendo a nuestros alumnos, nos damos cuenta de su forma de actuar y tenemos que obrar en consecuencia.
Como en el cuento que de pequeños nos contaban nuestras abuelas “que viene el lobo”, donde el pastor después de alarmar varias veces sin ser cierto, cuando el lobo viene de verdad, nadie le hace caso.
Si nuestro judoka se queja constantemente “sin razón”, cuando resulta que es cierto, nos hace dudar.
Por el contrario “el espartano” que lo soporta todo, el día que lo ves retorcerse de dolor, “nos hace temblar”.
Ante una lesión más importante y que necesita más tiempo para recuperar, un judoka siempre puede hacer algo.
Recuerdo que mi profesor Ángel Claveras nos contaba que su habilidad para trabajar ne waza, le venía de una fractura que sufrió de tibia y peroné siendo cinto verde que le obligó a trabajar suelo durante mucho tiempo.
Y si la lesión nos impide hacer según qué cosas, habrá que buscar alternativas. Quizá nuestro alumno no pueda hacer randori, pero ello no impide que pueda mejorar la condición física y técnica.
Con la práctica, el judoka se va “endureciendo” en el tatami y el Judo poco a poco le va haciendo más fuerte. El judoka aprende a convivir con estas molestias, a sufrir, a aguantar contrariedades, lo que de alguna forma también le “endurece” y hace más fuerte en otros aspectos de la vida.
¿Estas entero? Es la pregunta que suelo hacer a mis alumnos a menudo, siempre después de una competición, y en ocasiones después de una fuerte sesión o de una serie de entrenamientos.
Un practicante de Judo resulta a la larga más capacitado para soportar el dolor muscular y articular, y en general todos los dolores.
Por eso cuando un alumno se nos queja de su pequeña molestia, para “quitarle hierro al asunto”, a mi me sale decirle: “no hagas caso”