¿Estás bien? Es la pregunta que estamos acostumbrados los profesores de Judo a oír durante nuestros entrenamientos cuando un judoka proyecta a otro con mayor violencia de la habitual o realiza un movimiento descontrolado.
Recuerdo en la década de los 90, con un nivel importante de competición en el club, cuando comenzó a trabajar con nosotros el psicólogo deportivo Fernando Gimeno, cómo se extrañaba de la cantidad de veces que oía disculpas, cuando se producía algún barrido “fuera de lugar” o que a cada momento se preguntase al rival o nos disculpásemos después de tirarlo.
No entendía que en un deporte de lucha, que él desconocía, hubiera “tanto miramiento”.
En nuestras sesiones es normal ver a nuestros alumnos disculparse al dar un golpe, interesarse por como se encuentra nuestro compañero tras una caída, incluso a veces los más tendenciosos y los que nunca pensaríamos que lo harían, son los que lo hacen.
Es emocionante ver como hasta los más pequeños comienzan a darse cuenta cuando tiran descontrolados y se disculpan.
El Judo se nos presenta como un deporte individual porque en el momento de competir se hace de uno en uno. Pero es el deporte menos individual que existe.
Necesitamos compañeros para trabajar, que se nos enfrenten, para que nos hagan de rival y cuantos más mejor.
Es un deporte de lucha pero que se realiza entre amigos.
Es el deporte que aun denominándose individual, mayor cohesión de equipo fomenta.
Nosotros mismos nos sorprendemos cuando en nuestras sesiones llegamos a conseguir esa sensación de cohesión de grupo (amistad y prosperidad) y cómo la mayor parte de nuestros alumnos se preocupan por sus compañeros “tan solo” con una relación y un trabajo de Judo.
Y no solo cuando se ha hecho daño su compañero, sino cuando lo sienten raro.
¿Estás bien? Oyes decir varias veces, y de alguna manera te gratifica. Te das cuenta de que tu clase de Judo ha sido, ha servido y es algo más que enseñar una serie de movimientos de Judo, que también, y que alrededor de todo ese trabajo de Judo se forja lo demás: amistad, empatía, generosidad, comprensión, aceptación del error, todo eso en que se fundamenta la cohesión.
Cohesión que nos ayuda a centrarnos en lo que tenemos en común, en lo que nos gusta a unos de otros en la forma de entender y aplicar el Judo.
Cuantos más puntos de cohesión. Mayor será la capacidad de aprendizaje en el grupo.
Y esta forma de incidencia del grupo desencadena un efecto mimético para el que lo observa, que los neurólogos achacan a las “células espejo”, responsables de ese contagio emocional y que lleva a una mayor cohesión.
Daniel Coleman dice de las células espejo: “que consiste en reproducir las acciones y sentimientos que observamos a los demás y en imitar o tener el impulso de imitar sus acciones”.
Por eso en un grupo ya iniciado si hemos conseguido que el grupo funcione de una manera determinada, lo tenemos muy fácil con las nuevas incorporaciones, que no tienen más que dejarse imbuir por el ambiente, adaptarse y dejarse llevar.
Por el contrario en un grupo desordenado cuando se incorpore uno nuevo, pensará que la forma de actuar es desorganizada y se sumará al caos.
Después de cada entrenamiento, muchas veces los profesores necesitamos de alguna manera confirmar que se han entrenado bien, que nuestros judokas están bien.
“Viene encantado, vendría todos los días”, me dice la madre de un pequeño
“Que siempre quieras venir con esa ilusión…”, respondo yo ante semejante halago, dirigiéndome al niño.
Y después de cada entrenamiento para quedarme tranquilo y reafirmarme me sale preguntar a algunos de mis alumnos: ¿bien no?