Que pronto vienes ¿no?, pregunto a Jaime.
No me cuesta nada madrugar para venir aquí, me dice mi alumno cadete de primer año Jaime Montaner cuando llega un sábado por la mañana al club veinte minutos antes, cuando hemos quedado a las 9, para salir a correr y luego hacer Judo.
Pero madrugas mucho, digo…
Toda la semana me cuesta levantarme, pero el sábado estoy deseando que llegue este momento… se defiende…
Y agradezco escuchar esto
He comentado alguna vez en mis comienzos con el Judo, las sensaciones que tenía el día que tocaba Judo…
Me levantaba ese día y hacía las cosas motivado y con mayor ilusión. Esperaba el momento de que llegara la hora de ir al club, de “meterme” en el mundo del Judo.
¡Que bien maestro! Dice mi alumno Ricardo Gasca, ingeniero en Teltronic, saturado de endorfinas al terminar la sesión, ahora integrado en el grupo de matutinos, porque es la hora que mejor le viene para hacer algo. ¡La mejor forma de empezar el día!, dice…
¡Genial maestro, necesitaba esto!, dice Saúl Nafría después de unos días sin aparecer por motivos de trabajo y sin haber podido entrenarse.
Y de alguna manera las afirmaciones de Ricardo y Saúl, así como el comentario de Jaime, son halagos a nuestro trabajo, una forma de reconocer nuestra dedicación.
Es lo que el escritor Eric Berne califica como caricias.
Caricia: “todo acto que implica reconocimiento de la presencia de la otra persona.
Todos necesitamos sentirnos reconocidos, valorados y apreciados. Todos tenemos hambre de contacto físico, palabras, miradas, gestos. Sensación equiparable al hambre de alimentos.”
Porque todos necesitamos intercambiar caricias.
Y los Profesores de Judo necesitamos escucharlo de vez en cuando. Sabemos que es así pero necesitamos oírlo. Necesitamos sentir que nuestro trabajo está valorado por aquellos a quien lo dedicamos.
“Qué bueno, qué bueno” es la expresión que empleo durante las sesiones cuando observo a algún alumno realizar una acción con un cierto nivel técnico o cuando aplica una técnica en el momento oportuno y consigue proyectar.
Es una caricia que todos oyen, pero que aquel que ha realizado la acción entiende que es para él.
En ocasiones los Profesores en vacaciones cuando decidimos organizar entrenamientos, programamos los horarios pensando en hacérselo cómodo a nuestros alumnos para evitar que dejen de venir. Y tratamos de ponérselo fácil.
No tenemos en cuenta que simplemente con el hecho de programarlos, de crearles la obligación de venir, les estamos ayudando y de alguna manera ordenando su vida en vacaciones.
Si ponemos el entrenamiento a media mañana, hacemos que dediquen toda la mañana al entrenamiento, cuando si lo hacemos a primera hora tienen más tiempo después para hacer más cosas.
No digo que haya que hacerles madrugar especialmente, pero planteándoles la obligación pronto no damos opción a que se levanten cada día a las 11 o 12 de la mañana.
Como dice Robin Sherma: “La manera en que comienzas tu día determina lo bien que vivirás tu día”
Y es una realidad. Si nuestros judokas se acostumbran a estar activos cada día y comenzar con su “encuentro con el Judo”, se encontrarán a media mañana con el trabajo hecho y todo el día por delante para estudiar, si tienen que estudiar, para afrontar su trabajo o para realizar sus actividades más despiertos y con mucha más energía.
Por eso es una suerte poder empezar con Judo.