Dice el psicólogo deportivo Rainers Martens, que el mejor Profesor de un deporte, no es el que más sabe sobre su deporte, sino el que mejor conoce a sus alumnos y las razones que les han llevado a practicarlo. Y esto es perfectamente aplicable al Judo.
Cuando yo empecé a practicar Judo, las sesiones se componían de un tiempo importante de calentamiento a base de unos ejercicios de gimnasia individuales, tiempo para caídas todos a la vez, de espalda, girando todos 45º para las laterales y en una fila por orden de cinturón de frente rodando.
Y procedíamos a aprender y a repasar los movimientos. Luego se hacía randori.
Rara vez se hacían juegos. Se jugaba en el tatami hasta que llegaba el Profesor.
Las primeras sesiones que impartí, fueron sustituyendo a mi Profesor cuando no podía o no venía, en el club o en alguno de los colegios donde impartía clase. Y seguro que hacía lo mismo.
Ya más en serio, sustituí a mi amigo Jesús Sánchez en el gimnasio Karate kan durante los meses que pasó en Francia con Juan Cotrelle. Fueron mis primeras clases formales. Al decir formales, quiero decir la primera vez que me comprometí y que cobré por ello.
Normalmente los movimientos se trabajaban en parado.
Poco a poco se fue innovando y se comenzó a realizar los uchi komi en desplazamiento a lo largo del tatami.
Se esperaba que estuviera todo el mundo para realizar el saludo y empezar. Se hacía una tabla de gimnasia casi siempre individual, aunque a veces también se realizaban ejercicios por parejas.
Cuando ya tuvimos el club, y preparamos alumnos para pasar a 1º dan, yo me di cuenta de las carencias y la dificultad que mostraban para llegar a realizar con soltura los movimientos en desplazamiento, por lo que a partir de allí decidí en las sesiones, realizar los movimientos, una vez aprendidos, siempre en movimiento.
En mis sesiones para empezar, no se espera a nadie. El primero en estar siempre soy yo y en cuanto hay uno cambiado comienza a estirar y a calentar.
En la década de los 90 durante años, para comenzar el año, de Año Nuevo a Reyes íbamos a entrenar a Paris.
Después de la comida familiar del 1 de enero, “cargaba” el coche con los cuatro alumnos punteros, y “carretera y manta” hasta Paris.
Nuestro contacto en Paris era el maestro Le Berre. Recuerdo la primera vez.
Una vez alojados en el centro, en un albergue de la “Jeunesse et Sports”, que es lo que encontré más económico, llamamos al maestro: “J’ai un course a 19 heures a Marly le Roi. Si vous sortez a cinque heures, vous arriverez en 40 minutes. Si vous sortez plus tard, seront deux heures pour arriver”. (Tengo una clase a las 19 horas en Marly le Roi. Si salís a las cinco llegáis en 40 minutos. Si salís más tarde os costará dos horas llegar).
Quiero hacer constar que estamos hablando de un tiempo donde no disponíamos de móviles, GPS etc… todo los resolvíamos consultando planos de la Guía Michelin, y así resolvíamos todos los viajes…
Marly le Roi es un barrio al norte de Paris, que finalmente encontramos y que siguiendo las indicaciones del maestro llegamos en tiempo.
Un polideportivo de barrio con su sala de Judo donde encontramos al maestro Le Berre que impartía una clase a cuatro adultos. Un amarillo, dos naranjas y un verde. Nos mandó cambiar y compartimos con ellos la sesión. Tener al maestro a nuestra disposición era todo un lujo, pero nuestro objetivo era entrenarnos con gente de nivel y ese entrenamiento no lo cumplía.
Acostumbrado a ver al maestro en el Temple sur Lot, siempre con un gran número de judokas, antiguos campeones de Francia, profesores importantes y competidores algunos miembros del equipo nacional francés, a tenerlo en Zaragoza cuando venía en un Kajuki lleno, (el Kajuki era un tatami en Zaragoza de más de 400 metros), me pareció un Le Berre desaprovechado y no entendía bien lo que pasaba.
Ahora lo puedo entender, un club de barrio donde Le Berre tiene un compromiso, se gana la vida, e imparte sus sesiones. Un dos de enero a las siete de la tarde, ¡quién hace Judo ese día y a esa hora! Y un Le Berre responsable que no deja tirada a su gente. “Porque los importantes son los que están…”
A la salida del entrenamiento nos llevo a cenar a su casa y organizó para que al día siguiente y los días que estuviéramos en Paris pudiéramos asistir a los entrenamientos que se realizaban en lo que entonces se llamaba INSEP (el equivalente al INEF español).
Y volviendo a casa…
El Judo Las Fuentes es una nave que en invierno resulta fría. En el trabajo de Judo empezamos siempre pensando que los dos tienen que moverse. El movimiento más apropiado para esto es de ashi barai y a partir de allí cada movimiento se trabaja en desplazamiento y cambiando de compañero a cada momento.
Las ventajas de cambiar cada vez son: se conocen antes y se conocen más. Si están impares cada uno, para lo justo. Cuando te toca hacer con el “nuevo” solo es un momento, y “hacer de los alumnos profesores…” hace aflorar uno de los principios del Judo: “ayuda y prosperidad mutua”
A todos nos gustaría tener un grupo de judokas homogéneo con un nivel y un compromiso de entrenamiento como los japoneses. Pero no es así y hay que bregar con lo que tenemos.
Afortunados nos podemos sentir los que mantenemos un club con grupos de pequeños, infantiles, juveniles, adultos, veteranos…
Y afortunados nos podemos sentir si sabemos lidiar cuando son pocos, cuando están impares, cuando tenemos distintos niveles, cuando hay alguno que se recupera de una lesión, cuando los objetivos no son los mismos para todos.
Porque los hay que quieren competir, los hay que están pensando en pasar de grado, los hay que solo quieren hacer ejercicio, los hay que solo quieren “aprender Judo…”
Y allí estamos nosotros, tratando de dar una atención personalizada, porque los importantes son los que han venido y tenemos que, con nuestro “saber hacer”, lidiar y conseguir aunar en el mismo ruedo distintos objetivos.
Por eso tenemos que aprender a resolvernos y a aprender a jugar con lo que nos viene.