Cuando empecé a practicar Judo, las sesiones se componían de un calentamiento, una serie de caídas, un trabajo técnico de aprendizaje y práctica de las técnicas, y un tiempo de randori.
El trabajo técnico y el randori, podía ser en pie o suelo. Habitualmente te ponías con un compañero, solía ser siempre el mismo y trabajabas con él. Todos nos emparejábamos casi siempre con el mismo compañero que solía ser nuestro amigo, o con el tiempo llegaba a serlo, y porque nos resultaba cómodo y finalmente llegábamos a ser unas parejas clásicas en cada sesión.
En el tiempo de randori, aunque a veces también nos costaba cambiar, nos poníamos con los demás y practicábamos con otros.
Cuando yo comencé a impartir clases imagino que hacía lo mismo. Los participantes se emparejaban como querían y se volvían a crear “parejas estables” en el momento de entrenar.
A raíz de mi accidente, el tiempo que estuve “fuera de juego”, mis amigos y alumnos se hicieron cargo de las clases. Cuando ya pude salir de casa, en silla de ruedas, mis amigos empezaron a llevarme al club a ver las clases que impartían “mis niños”.
Recuerdo un día que la sesión de adultos la impartía Juan Diego Pérez, “el Peque”, ahora ingeniero, director y profesor en un colegio en Sevilla y que en su organización, en el momento de hacer uchi komi en dos filas, hacia cambiar de compañero a cada serie.
Participaba en la sesión Jesús Asensio, que haciendo fotos llegó a ser muy bueno, pero como uke no era el más cómodo, pero que al estar solo un tiempo con cada uno, era irrelevante la “incomodidad” que podía ocasionar.
Y desde que me incorporé y de esto ya hace veinte años, hago cambiar siempre de compañero.
Y las ventajas son evidentes. Todos se tratan de manera continua y se conocen antes. El grupo se consolida mejor. La progresión es mayor y más rápida. Cuando uno de menor nivel se pone con un cinto más alto entiende cómo se mueve, como reacciona, como se comporta y va asumiendo las sensaciones que transmite.
Si es al contrario, el de mayor nivel solo “aguanta al nuevo” unos minutos y tiene la posibilidad de enseñarle y ayudarle, y de propiciar que el principio del Judo “amistad y prosperidad mutua” se cumpla. Y haciendo de los alumnos Profesores, la progresión resulta mayor.
Al trasladar esta forma de trabajo a la sesión de pequeños e infantiles con una evidente menor madurez, en ocasiones surge el “enfado” de algunos.
¡Es que no sabe hacerlo! ¡Es que lo hace mal, y no me hace caso!
Y cuando surge este enfado porque su compañero no lo hace todo lo bien que debiera y se queja, tengo que decirle no le riñas, ¡ayúdale!
Llevas más tiempo, eres un cinto más alto, si conseguimos entre todos que todos lo hagan mejor, será bueno para todos, progresaremos más rápido, haremos mejor y no nos enfadaremos…
Así que no le riñas, ¡ayúdale!