Cuando comencé a impartir clases de Judo, mis primeras clases ilegales, y digo ilegales porque era cinto marrón sin titulación, sustituyendo a mi profesor o a algún compañero, aun no tenía 20 años. Ahora miro a mis alumnos de esa edad y ¡era un niño!
A los 20 años pasé a 1º dan y comencé a realizar los cursos de enseñanza: monitor, entrenador regional y entrenador nacional. A los 25 ya era 3º dan y entrenador nacional.
Tenía 23, cuando con mi amigo Jesús Sánchez pusimos en marcha el club de Judo Las Fuentes.
Recuerdo las primeras exhibiciones. Los papás de mis niños eran mayores que yo y los trataba siempre de usted. Ahora podría ser yo el papá, de los papás de mis niños.
A nuestros abuelos los vemos siempre mayores. Los hemos conocido de mayores y aunque quizá no lo son tanto, siempre nos parecen mayores y los vemos envejecer hasta que por ley natural dejan de estar entre nosotros. Pero claro, ¡es que ya eran mayores!
Y ¿cómo vemos a nuestros padres?
A nuestros padres los hemos conocido con cierta edad y van envejeciendo, pero guardamos ese recuerdo inicial y en un primer momento no nos parece que se vayan haciendo mayores, hasta que un día se nos abren los ojos y ante alguna situación vemos que ya son abuelos… incluso somos nosotros los responsables de que con nuestros hijos los hagamos realmente abuelos.
En mi caso mi padre murió con 35 años de una angina de pecho se dijo entonces. Yo tenía dos años y no puedo decir que lo recuerde. El recuerdo que me ha quedado de él, es por las fotos y retratos que había por casa, de un padre de 35 años. Para mi, mi padre no envejeció nunca. Siempre estaba igual “de treintañero”.
No puedo decir lo mismo de mi madre. Era profesora de lengua y literatura y hasta que se jubiló, no se si era por el contacto que mantenía con sus alumnas y la vida y la actividad que desarrollaba, a mi me pareció siempre joven y llena de vida.
Luego sus nietos la mantuvieron activa muchos años, hasta que coincidiendo en fechas con mi accidente, sufrió un ictus cerebral y aunque la cuidamos y disfrutamos un año más, ya no fue lo mismo.
Y ¿cómo nos ven nuestros padres?
Nuestros padres nos ven siempre pequeños, somos sus niños a los que su instinto paternal y de protección les obliga proteger.
Y ¿qué pasa con nuestros hermanos?
Nuestros hermanos, como nosotros, se van haciendo mayores, pero si los tratamos habitualmente, los vemos igual. Alrededor, la familia va aumentando, aumentan los consortes, y se va llenando el espacio de hijos, sobrinos, nietos, sobrinos nietos y vamos asumiendo la categoría de abuelos y aunque conscientes de nuestro status y del paso del tiempo, nos sentimos igual.
Y ¿nuestros amigos?
Nuestros amigos envejecen a la par que nosotros. Con los que tratamos a diario nos pasa como con nuestros hermanos, los seguimos viendo igual. Quizá los achaques que nos van surgiendo a ellos y a nosotros nos van marcando y recordando que nos hacemos mayores.
Y ¿qué pasa en nuestro mundo del Judo?
Empezamos a practicar y conocemos a nuestro Profesor. Si empezamos de niños nuestro Profesor siempre es “mayor”. Y si empezamos de adulto, puede ser más joven.
Conocemos a los mayores del club, los empezamos a tratar y a entrenarnos con ellos, llegamos a hacer amistad, pero siempre son los mayores. En Japón serían los sempais.
Si hemos empezado de niños, nos pasa como con nuestros padres. Durante mucho tiempo nos parece que nuestro Profesor está igual. Se nos va haciendo mayor pero no nos lo parece en un primer momento y vamos aceptando el paso de sus años.
Y con nuestros compañeros nos pasa como con nuestros hermanos. Envejecemos a la vez, y si los vemos cada día no nos damos cuenta. Es distinto cuando con amigos y conocidos de otras Autonomías que no ves habitualmente después de unos años sin verlos, los encuentras… y a veces no sabes que decir y piensas que si tu piensas eso…, que pensaran ellos de ti…
Porque los profesores de Judo entendemos que nos hacemos mayores, y sin embargo no nos vemos mayores. Quizá el trato siempre con niños y con jóvenes en un ambiente deportivo ayuda a no vernos mayores.
Muchos de nuestros niños empiezan con 4-6 años. Tengo un grupo de pequeñitos de esa edad los miércoles. Yo soy su Profesor de Judo, y no quiero preguntarles, porque seguro que me ven como a su abuelo. Y yo quizá pueda llegar a quererlos como los quiere su abuelo, pero no me veo como su abuelo, aunque su abuelo sea en muchos casos más joven que yo.
Y nuestros alumnos de Judo, de esa edad y más mayores nos tratan de tu. Si nos trata de usted un niño lo entiendes, “eres mayor” y él es un niño quizá especialmente educado.
El “problema” viene cuando un alumno mayor nos trata de usted. Ya nos ha echado encima toda la veteranía que sentimos pero que nos cuesta asumir
A los mayores que yo, antes quizá por respeto, los trataba siempre de usted. Ahora a los mayores, no solo de Judo, también a los que son mayores que yo, que encuentro por la calle, del mismo modo “por respeto”, ahora los trato de tu. Y entiendo que se sienten mejor y los hago más jóvenes.
Los veteranos me entenderán.
Yo realicé todos los cursos de titulación en Barcelona. El curso de Entrenador Nacional en 1979 y en todos, tuve la suerte de tener de Profesores a los Maestros, Cesar Paez en Judo pie, a Fernando Reyero en Judo suelo, al Sr Birnbaum en kata, a Paco Talens en arbitraje y a Emilio Serna en defensa personal.
No puedo decir que fueran mayores, pero entonces me lo parecían. He calculado la edad que por entonces podían tener, y excepto el Sr Birbaum y Emilio Serna que estaban ya en la década de los cincuenta, los demás estaban por los “cuarenta y…”.
Del aprendizaje en esos cursos, de las enseñanzas y del trato que me dispensaron, guardo un recuerdo imborrable y reconozco que todos me parecieron fantásticos.
Y sin ser mayores porque ahora con 50 no los vería nunca mayores y entonces me lo parecían, no creo que ellos se vieran así
Yo me examiné de primer dan en Barcelona junto a mis amigos Manolo Hernández y Jesús García Palacin en 1974. El histórico Roland Burger tenía entonces 43 años y ya ves, nos parecía mayor…
“Como te veo me ví como me ves te verás” decía mi abuela.
Y lo que me pregunto ahora es: “Cómo se nos ve y cómo nos sentimos…”