¡Qué arte tienes!

Qué arte tienes no es una reflexión nueva. La escribí y Jesús Asensio la colgó en septiembre de 2012 en Arajudo. La he recuperado a raíz de la visita que ha realizado a Zaragoza este pasado septiembre nuestro Profesor de Judo el francés Jean Cotrelle y de recordar que lo citaba en la reflexión.

En su momento en un artículo refiriéndome mi Profesor Ángel Claveras y a mis comienzos escribí lo siguiente:

“No sé donde lo conoció ni de donde salió, pero apareció en su vida, y por ende en la nuestra, un profesor de Judo francés, Jean Cotrelle, alumno del francés Pujol a su vez alumno directo de Ichiro Abe.

Y de alguna manera fue este francés, amigo de Ángel, el que puso “orden” en nuestro Judo y en el Judo de Zaragoza. Y Ángel y todos sus alumnos comenzamos a beber de este Judo y de esta forma de entenderlo y de trabajar que traía de Francia Jean Cotrelle”.

El Judo que demostraba Jean era algo que por entonces en España se desconocía. La elegancia con que realizaba las técnicas, las reacciones que era capaz de provocar con las manos, la amplitud y eficacia de sus desplazamientos y la forma tan bonita con que ejecutaba las caídas de frente rodando nos encandiló a todos.

Recuerdo que el objetivo que me propuse entonces era conseguir llegar a caer como hacía él.

Y Jean que ahora reside en Buenos Aires ha querido venir a Zaragoza y reunirse con los que en aquella época compartimos sus enseñanzas y recordar momentos de una etapa que él ha calificado como de los mejores años de su vida.

Y como en este artículo que se publicó en Arajudo en 2012, y muchos no habréis leído y hago mención a Jean en alguna situación, entiendo que es indicado para este comienzo de curso y me parece oportuno recuperarlo.

 

¡Que arte tienes!

Me dice la madre de Daniela…cuando ve como me dirijo a un niño de cinco años que el primer día que entra con sus padres en el club a preguntar e informarse, muestra un comportamiento totalmente  inadecuado, descarado, levantando la voz, entrometiéndose e interrumpiendo todas las conversaciones y sin ser apenas corregido por sus padres…

Daniela tiene cinco años y lleva un curso de Judo y su madre, sentada más allá mirando al niño, me mira como diciendo: “lo que te va a tocar lidiar”.

Yo viendo su actuación, me mantengo expectante. La secretaria oferta la posibilidad de probar una sesión de Judo para ver si el Judo le encaja al niño, y niño y padres aceptan.

Y así es como Víctor, así se llama el niño en cuestión, se incorpora a la clase de pequeños en el club.

Es uno de los primeros días de septiembre y no hay muchos niños. La edad 4, 5 y 6 años. Los siento  alrededor y hago que se presenten. Cada uno dice su nombre, su edad y el que quiere y recuerda, dice el nombre de los demás. Y entre todos tratamos de explicar qué es esto del Judo y planteo al principio de la sesión unas mínimas normas de actuación.

“Vamos a hacer Judo. El Judo es un deporte de lucha. Vamos a aprender a caer, tirar, luchar y controlar en el suelo, y haciendo Judo todos lo vamos a pasar bien. Pero en la clase no estamos solos. Tenemos que aprender a estar en grupo, a jugar en grupo y a desenvolvernos en grupo.

En Judo sobre el tapiz hay que estar sentados de una determinada manera, y hago que “uno de los veteranos” demuestre las formas de estar sentado.

No se puede hablar en cualquier momento en voz alta. Si se quiere hablar, porque es importante lo que hay que decir, hay que levantar la mano y pedir permiso.

Hay que atender y hay que hacer caso siempre a la primera y lo más rápidamente posible para no perder tiempo.

Cuando se hagan juegos en el calentamiento hay que cumplir las normas de cada juego, no vale engañar, hay que tener un cuidado especial en no chocar y hay que evitar hacerse daño.

Los veteranos con los nuevos tienen que demostrar un cuidado exquisito y hay que cuidarlos para que no se hagan mal…porque los nuevos no están acostumbrados a correr descalzos, no conocen la sala, tampoco saben como  esquivar, aun no saben caer…”

Y en esa primera sesión de Víctor, Víctor me sorprende agradablemente. Ese descaro inicial que ha mostrado en la recepción del club, no se da durante la sesión. Alguna vez que parece que quiere levantar la voz, se acuerda de lo que se ha dicho al principio y sigue la sesión con total normalidad.

En su segundo día, desde la calle se le oye venir alborotado y entra en el club dando voces Yo que estoy sentado en el vestíbulo, cuando entra le llamo, se acerca y en voz baja le digo: Víctor, el otro día hiciste Judo genial. En el tatami te supiste comportar como el mejor, no gritaste, no hablaste más que lo imprescindible, y ¿lo pasaste bien no? Pues esa forma de actuar tiene que ser también la que tengas en el club, no solo en el tatami.

Víctor me escucha, se aparta de mí en silencio y se integra a hablar con sus compañeros, pero ya en otro tono de voz y de actitud.

Entonces es cuando la mamá de Daniela, que ha seguido a distancia todo el proceso, me mira y me dice ¡que arte tienes!

Y no se si es arte o es oficio. Porque oficio si que tengo, como tenemos todos los profesores de Judo que llevamos muchos años. El Profesor de Judo empieza al principio, sin saber muy bien como y muchas veces no tiene conciencia de donde se mete. Trata de enseñar los primeros movimientos de Judo y conforme se le presentan situaciones tiene que resolverlas. Sabe algo de Judo y en los cursos de formación ha aprendido algo sobre juegos, primeros auxilios, metodología, preparación física…mínimas nociones de todo, menos de psicología…o de este “arte” del que habla la madre de Daniela.

Y llega la prueba de campo y tiene que jugar con los más pequeños. Tiene que bregar con las pequeñas molestias y lesiones habituales de sus alumnos. Tiene que exponer y probar qué metodología le resulta mejor para explicar según a quien, qué movimientos. Cuando le sale algún alumno que tiene que ponerse más fuerte para competir tiene que aplicar y aprender mucho más sobre preparación física. Y conforme sus alumnos suben de nivel y tienen que presentarse a pasos de grado, se ve obligado a recordar, trabajar y adquirir más y mejores conocimientos.

Y sin querer y sin darse cuenta, empieza a convertirse en artista, y “a tener arte”.

Recuerdo en mis comienzos, el curso que organizaba en verano mi profesor Ángel Claveras en Villanúa (Huesca), después fue en Mauleon (Francia) con sus amigos profesores de Judo franceses. Recuerdo al profesor Julien Chabrolin entonces 4º dan, cuando llegaba al tatami y nos encontraba a todos jugando. A base de gritos conseguía a todos colocarnos para comenzar la sesión. Cada comienzo de sesión parecía que le costaba un disgusto.

Por el contrario el profesor Jean Cotrelle, entonces 2º dan, se acercaba al tapiz, se paraba cuando estábamos jugando y conforme sentíamos su presencia sin decir él nada, todos nos colocábamos en la fila para saludar.

Los dos conseguían lo mismo. El primero se alteraba y parecía enfadarse. Con el segundo todo era seriedad, paz y armonía… No voy a criticar ningún método, los dos conseguían lo que se proponían, aunque a mi me gustaba y me decanto más por el segundo pero los dos profesores eran y son grandes judokas y profesores con mucho oficio detrás.

Dicen que hasta que uno no es padre, no sabe,  ni aprende lo que es ser padre.

Y un Profesor de Judo, aprende a ser Profesor de Judo siendo y ejerciendo como Profesor de Judo.

No se si sabré hacerlo bien, (se refiere a la educación de su hija), me dice mi alumno Chema, cuando su mujer embarazada se acerca al momento del parto.

Tampoco un profesor de Judo sabe si lo va a hacer bien, si lo está haciendo bien o si lo ha hecho bien hasta que tenga que actuar como Profesor de Judo y en cada caso vea los resultados.

El Profesor de Judo que no sabe como lo hará, empieza. Se encuentra entonces con todos los problemas que van surgiendo para él como Profesor, como entrenador, con los niños y con los padres.

Y con el tiempo se le acumulan camadas de alumnos, de cintos negros, de competidores, de árbitros, profesores…Y evaluando y analizando todo esto…se puede llegar a dar cuenta de cómo es su actuación.

La mamá de Daniela tiene una niña que educar y sacar adelante. Un matrimonio normal tienen uno, dos, tres, cuatro…hijos a tiempo completo y con toda la responsabilidad.

Un Profesor de Judo tiene muchos niños pero solo a tiempo parcial, “minimamente parcial”. Los padres que tienen toda la responsabilidad sobre sus hijos han captado los valores que les puede aportar el Judo, y el oficio o “el arte” que tiene ese Profesor.

Ese Profesor que en las clases o en las exhibiciones maneja con soltura un grupo importante de niños, entre ellos el suyo, y entienden la dificultad, porque ellos la tienen en la relación con su hijo, que a menudo en casa desobedece, se muestra “rebelde” y ¡solo es uno! Y observan como el Profesor se maneja con muchos y como en el ambiente de Judo su niño se desenvuelve, se comporta, obedece,  respeta y que incluso parece que quiere al Profesor y respeta y cuida a sus compañeros, y de cómo todos se conducen de una manera ordenada bajo las indicaciones del Profesor.

Los padres que llevan tiempo se dan cuenta y son conscientes de cómo un “tifón Víctor”, va pasando a “huracán Víctor”, luego se convierte en “lluvia tropical Víctor” para acabar siendo el Judo “una beneficiosa lluvia de mayo que ayuda a Víctor a crecer a aprender y a madurar”, y que hace decir a una madre, que en este caso fue la madre de Daniela y me lo dijo a mi, pero que perfectamente podría haber sido cualquier otra madre en cualquier otro club, en otro lugar, cuando en una situación similar que todos resolvemos con el oficio que nos da la veteranía de estar en primera línea, diga al Profesor de Judo: “qué arte tienes”.

(Arajudo 2012)